Artículo publicado en El Periódico de Aragón el 17 de noviembre de 2023

Estoy convencido de que la mayor parte de las personas que se están manifestando estos días ante las sedes del PSOE y en las calles y plazas de las capitales de provincia contra la constitución del segundo gobierno de coalición, profiriendo graves insultos contra Pedro Sánchez, aceptaron de buen grado el «confíen en mí» que el pasado 31 de octubre pronunció la princesa Leonor en su discurso institucional como heredera de la Corona. Yo también, a pesar de mi vocación republicana, quiero confiar en Leonor; sobre todo, porque su padre Felipe VI está rehabilitando, de alguna manera, el honor de una dinastía borbónica importada de Francia hace trescientos años con aquel Felipe V derogador de fueros históricos; una dinastía que nos trajo miles de muertos con las guerras carlistas entre borbones de hace ciento cincuenta años y que ha dejado para la Historia el reinado del felón Fernando VII, padre de la reina ninfómana Isabel II, de un rey promotor del porno en España como Alfonso XIII y de su nieto Juan Carlos I, el emérito, con delitos probados, aunque no juzgados.

            ¿Qué motivos racionales tenemos para confiar en la princesa Leonor? Ninguno. No hay una sola razón que ampare la confianza en una mujer que está en pleno proceso formativo, como todos los jóvenes a los 18 años, salvo que se acepte como acto de fe cuasi religioso, que la sangre azul que corre por sus venas le confiere un tipo de garantía superior a la roja que lo hace por las venas del común de los mortales. Pero la inmensa mayor parte de los manifestantes de estos días estoy seguro que confían en ella.

A diferencia de los manifestantes, yo también confío en que el nuevo gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez  seguirá haciendo políticas buenas para la mayoría de los españoles. Y lo hago basándome en datos empíricos y por tanto demostrables de la última legislatura sobre crecimiento de empleo en cantidad y calidad, aumento del salario de todos los trabajadores empezando por los que solo cobran el mínimo interprofesional, incremento de las pensiones con el IPC, progresiva descarbonización de la industria, becas y ayudas diversas para los estudiantes y los jóvenes en general, muchas más familias protegidas por el ingreso mínimo vital y una política fiscal que grava más a los que más tienen, entre ellos las grandes corporaciones energéticas y financieras, entre otras muchas consecuciones.

Pero no, estos datos que como afirmo son empíricos, demostrables y contribuyen decisivamente a que España sea una de las primeras economías europeas, no se los creen los que dicen que Sánchez y su gobierno van a destruir España. Son capaces de hacer actos de fe de imposible demostración e incapaces de aceptar la realidad racional y tangible. ¿Qué hay detrás de tanta irracionalidad?

En primer lugar hay mucha desinformación, favorecida en gran medida por determinados medios de comunicación aliados con la derecha política capaces de calificar de «normalidad democrática» la entrevista de Mariano Rajoy con Puigdemont y de «traición» cuando lo hizo Pedro Sánchez con Quim Torra o de aplaudir los pactos de Aznar con nacionalistas e independentistas vascos y catalanes para conseguir su investidura en 1996 y acusar a Sánchez de felón por hacer exactamente lo mismo. A esta política comunicativa se le llama manipulación informativa; algunos medios la realizan con más disimulo y otros son más ultramontanos, como aquel que dirige y presenta nuestro paisano turolense profiriendo insultos y descalificaciones variadas todas las mañanas al ritmo del pasodoble Suspiros de España.

Y en segundo lugar, lo que hay es mucho odio invadiendo demasiados ámbitos sociales. Los graves insultos al gobierno y a su presidente que profieren tanto Feijóo como Abascal y sus conmilitones no son gratuitos, van calando en la sociedad que acríticamente o llevados por la confianza que tienen hacia sus líderes, se los creen. Repiten hasta la saciedad que Sánchez es un dictador, un inmoral, un indecente, un cobarde, débil, caudillista, adanista, ególatra, golpista, amigo de Txapote y otras tantas lindezas de tenor similar. No caben más insultos. Y esto hace mucho daño, porque le están diciendo a la sociedad española que no pasa nada por utilizar el insulto y la descalificación. Si se hace en la sede de la soberanía nacional por qué no se va a hacer en la calle, en el bar, en las empresas o en los centros escolares. Lo podemos ver confirmado y aumentado en las manifestaciones de los últimos días.

La España plural, en la que cabemos todos, que salió de las urnas el pasado 23 de julio y se ve reflejada en el Congreso de los Diputados y en los pactos que el PSOE ha firmado con todos los grupos políticos de la cámara excepto PP, VOX y UPN, va a ser cada vez más fuerte y va a estar cada vez más unida en su diversidad. El «hay partido y lo vamos a ganar» que he dicho reiteradamente en estas mismas páginas, hoy ya puedo decirlo en pasado: lo hemos ganado.